Dioses y héroes

Dioses y héroes

Aciago podría ser el día, ahora sabemos que los dioses podrían repudiarnos ¿Qué será si abominan de nuestra compañía o desdeñosos ignoran nuestros legítimos anhelos y fundadas esperanzas?

Fiados en nuestros héroes magníficos, no ha mucho osamos ignorar el voluble carácter de los dioses. Ebrios de victoria, olvidamos los ritos y sacrificios. Ahítos de soberbia nos creímos inmortales gigantes, imbatibles guerreros casi divinos. Ofendimos a los dioses y olímpicamente despreciamos el azar.

Arrogantes, vestimos los trajes y pintamos las caras, entonamos los cánticos sin rubor y sin mesura. En nuestra alma no cabían ni la duda ni la modestia, menos aún el temor ¿Qué ha de temer quién siempre vence? ¿Qué ha de dudar quién cree poseer todas las respuestas? ¿qué incómoda modestia precisa quién se supone adornado de virtudes sin número e ignora la mácula y el error?

Hoy nos sentimos fatalmente equivocados y no encontramos las respuestas que, ahora sí, necesitamos. Los que otrora vimos inalcanzables colosos semejan hoy enanos temerosos. Cobardes, cuando no ha tanto los creímos osados y audaces, se cobijan cómo lo hacen los alfeñiques bajo las faldas de la excusa, la voluble fortuna y el cambiante sino; ese mismo que ayer, soberbios, despreciábamos por vacuo e inane.

Los bufones ridículos, los voceros a sueldo y los correveidiles, todos aquellos a los que siempre hemos despreciado, hieren ahora nuestros pobres oídos con afiladas burlas y crueles chanzas. Envalentonados en nuestra desgracia, cuestionan los laureles que, todavía hoy, adornan las egregias y nobles frentes de nuestros guerreros; osan decir que están mustios o fueron hurtados o son fatuos. De nuestra grandeza dudan sin rebozo, mostrándola inmerecida, pasada y caduca.

Ahora sí, buscamos a los dioses y clamamos a la fortuna, deseando merecer de ellos la misma atención que ayer despreciamos por vana, cambiante y ajena. Nos creímos felinos majestuosos y hoy lamemos nuestras heridas como perros.

Aciago podría ser el día, amargas libaciones y ácidos reproches nos acompañan en el ágora, mientras buscamos la víctima propiciatoria que ofrecer en el ara de la victoria. Confiamos en el próximo día santo, que los nuestros enjuguen con sangre inocente el descrédito ganado y nos hagan olvidar los amargos recelos y atroces padecimientos.

¡Ojalá nuestros delanteros no vean sus tiernas carnes devoradas por ávidos defensas y un mísero punto sea bastante para elevar el ansiado trofeo!

Nota: Esta historia, reflexión, chanza o cómo quiera llamarse lleva ya algún tiempo reposando en el cajón, un par de años quizá. Sorprende que sólo haya tenido que cambiar el número de puntos para que continúe siendo válida, el eterno retorno supongo.

Si la escribí, fue con la intención de quitarle hierro y solemnidad a la religión de nuestro tiempo y recordar a todos sus creyentes que los dioses suelen ser caprichosos y estar profundamente aburridos. Parece que la mejor forma que encuentran de divertirse es atormentar a sus sufridos acólitos. Por suerte, pase lo que pase esta semana, el próximo año los mismos héroes, u otros parecidos, os harán creer que sois felinos majestuosos… o perros temerosos, dependerá de cómo y quién reparta los naipes.

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Manchas

Manchas

Rojas y espesas dos gotas caen al suelo. Con fastidio me quedo mirándolas durante un instante. Sólo he comenzado y a pesar de todas mis precauciones ya hay manchas. No me gustan, tampoco el desorden. Nunca, menos aún hoy, todo tiene que ser perfecto, estar limpio, terminado y en su lugar cuando llegue. No quiero que nada salga mal, me gusta.

Aunque no pueda olvidarme de las malditas gotas, convertidas en manchas ahora, intento apartarlas de mi cabeza, dejarlas de lado. Seguro que habrá más antes de que termine, ya me ocuparé de ellas. Ahora, aunque me desagrade tengo que continuar. Es necesario que termine lo que he empezado.

Si se mueve podría cortarme, así pues sujeto con fuerza el cuerpo contra el mármol. Con precaución tanteo con el filo hasta encontrar el lugar donde debo apretar. Resuelto, me apoyo con firmeza y presiono, se resiste al tajo y el corte no es completo, no es tan fácil ni tan frágil cómo creía, pensaba que sería más sencillo hacer todo esto. Empiezo a ponerme nervioso, no puedo perder mucho tiempo más con esto, no tardará en llegar y no puede encontrarme así. Vuelvo a intentarlo, haciendo más fuerza esta vez. Durante un instante parece que aguantará, no es así, con un un crujido y un chirrido de acero, la cabeza se separa.

Despacio, con mucho cuidado retiro el cuchillo. En vano, todas mis precauciones resultan inútiles cuando no puedo evitar que dos pequeñas gotas salten y manchen el puño de mi camisa. Mi camisa nueva. Maldiciendo suelto el cuchillo y miro desolado los puntitos rosados que manchan el, hasta ahora impoluto, puño de mi recién estrenada y flamante camisa. Me la quito, inútil remedio a estas alturas, y la cuelgo del pomo de la puerta, lejos de nuevas y más aparatosas manchas.

Antes de continuar aparto la cabeza, la reservo. Un estrecho y rojizo hilo parece empeñado en mantenerla unida al cuerpo y ha ido formando, donde reposaba hasta ahora, un charco pequeño y repulsivo. No imaginaba que esto pudiese ser tan sucio, cuando termine tendré que limpiar todo a fondo. No me gustaría encontrar restos, hoy no.

Decidido a terminar doy la vuelta al cuerpo; otro charquito sobrepasa el borde y se vacía en el suelo, sobre mis zapatos. Más ansioso aún, me los quito junto a los calcetines. Los aparto hasta que quedan a salvo al lado de la puerta, bajo la camisa. Dejaría todo y me pondría a limpiar ahora mismo, no soporto este desorden ni chapotear en el suelo manchado, menos aún con los pies desnudos. Reprimo el impulso, queda mucho por hacer, ya me ocuparé cuando termine. Descalzo e intentando ignorar todas las manchas, continúo con el despojo que reposa sobre el mármol. A diferencia de lo sucedido con el cuello, el filo parece cortar sin dificultad el cuerpo. Lo abro en canal, me quedo mirando la blanca carne tierna.

Para terminar queda otra, me giro hacía ella. Forcejea, pero la he sujetado bien, es imposible que pueda escapar y tampoco tendría donde. Con fuerza, la aprieto contra el mármol.

***

Suena el timbre mientras me abrocho el último botón. Me pongo la chaqueta camino a la puerta, estiro la manga y cubro los dos puntitos en el puño de mi camisa. Antes de abrir doy un vistazo y compruebo que todo esté en orden, limpio y preparado.

—¡Manuel querido! ¿cómo estás?

—Bien Eloisa, te esperaba. Espero que te guste la langosta a la parrilla.

Nota: Es probable que a una historia cómo esta le venga bien un poco de música, ¿que tal esta: https://open.spotify.com/track/5L5fwo8nQjcFhSMTWpLOes?