Para que no me olvide, en primer lugar los agradecimientos. Primero al Rouge por su amabilidad al acogernos, dar de beber a los sedientos y soportar nuestra verborrea. Continuando, una colección enorme de ellos para todos aquellos que sacaron un rato para acompañarnos mientras hablábamos de miedos, de los de verdad y de los inventados, fue un placer compartir casi dos horas con todos vosotros, podríamos haber continuado un par más, pero el hambre pudo con nuestra voluntad, para la próxima llevaremos bocadillos. Y para terminar con esto de los agradecimientos, uno enorme para cada uno de los compañeros: Gemma Solsona, Gonzalo Zalaya, Marco Antonio López y Hermes Prous, da gusto compartir momentos con vosotros y, además, la oportunidad de aprender de vuestros saberes siempre es un privilegio, ahora se mucho más de vampiros, Lovecraft, miedo de nevera y los temores que preocupan a los niños.
Costó poco entrar en materia, quizá porque comenzamos con Stephen King y eso, si de miedo hablamos, es una garantía. De ahí en adelante, hablamos de casi todo, de aquellas experiencias en las que cada uno de nosotros nos habíamos asomado al miedo: ascensores que se abren solos a horas intempestivas, paseos por cementerios que acaban con risas imposibles, ancianas intemporales que miran en una estación en la que, quizá, no deberían estar. Y más, vampiros, espíritus (uno de ellos debía estar molesto con el audio, insistía en intentar hablar cada vez que yo lo intentaba por el micrófono), autores, historias, experiencias.
Confío que esta sea la primera de muchas, ¡¡Temblad, temblad, malditos!! nace con voluntad de continuidad. El miedo tiene muchas caras y nos gustaría verlas todas, con vosotros.
No se me ocurre mejor forma de terminar que compartir con vosotros las historias con las que cerramos la charla. Disfrutadlas, temerlas o, mejor aún, temerlas mientras las disfrutáis.
Sabré que he mort (Marco Antonio López)
Sabré que he mort el matí que em llevi,
Sabré que he mort el matí que em llevi,
i la primera cosa que faci,
com ara,
no sigui preguntar-te, quan he de morir,
i tú no em contestis.
M´has entès?
Funny games (Gemma Solsona)
Me gusta la playa. Desde mi habitación veo la orilla, el mar, la arena. Imagino que bajo esos miles y millones de granitos brillantes se esconden llaves de duendes, juguetes de niños distraídos y hasta la calavera de algún pirata tuerto. Yo juego a enterrar tesoros, es divertido. Al principio, eran piedras de colores que nunca recuperé, anillos de plástico o trocitos de papel con mensajes secretos. Pero hace una semana enterré a mi muñeca favorita. Mamá dijo que tuviera cuidado, que la arena engaña, se come las cosas y las olvida. No hice caso, y la perdí. Lloré mucho, mientras mi hermano pequeño hacía burla y mamá me regañaba. Hoy es ella quien llora. Corre arriba y abajo, abre armarios, busca bajo las camas. Y me mira como con miedo. Yo sólo he contado la verdad. Que esta mañana hemos ido con mi hermanito a jugar, a la playa. En la arena. Como a mí me gusta.
La maldición de Moloch (Hermes Prous)
De todo el cargamento que había sido excavado en el pecio encontrado en las aguas de la bahía de Cartagena, destacaba el gran número de ánforas fenicias, pero sin duda, la pieza estrella era un busto ciclópeo del oscuro dios Moloch.
Con los restos del antiguo barco hundido se realizó una exposición en el museo arqueológico subacuático ubicado en la misma ciudad. Aquel día, todos los presentes se rieron y tomaron por loco al viejo tunecino que les alerto de la terrible profanación que habían cometido. Nadie se tomo en serio las proféticas palabras que antaño también pronunciara cierto erudito de Providence: No está muerto todo lo que yace eternamente…
No habían transcurrido ni diez días desde que se inaugurara la exposición cuando la ciudad se encontraba en estado de histeria colectiva. Cuatro bebés habían desaparecido desde entonces en Cartagena. Por las calles circulaban ya los rumores de la maldición de Moloch. Ya nadie se reía de lo que decía el viejo árabe.
Ni se rieron, cuando una semana después, el guarda nocturno encontrara las cabezas ensangrentadas de siete bebés a los pies de la escultura del oscuro dios Moloch, dentro de la vitrina de cristal que pesaba una tonelada.
Mis Niñas (Roberto Magán)
Sopa de sobre y la tele-tienda. La mezcla perfecta antes de ir a la cama después de un día de duro trabajo. Si lo que quieres es no pensar y no te importa tragar basura.
En medio de otro discurso mentiroso la oigo llamar, como todas las noches: «¿papi?», giro la cabeza y la busco en el pasillo, no está. Más tranquilo, o menos, ya no lo sé, vuelvo al plato y las tonterías que no me dejan pensar, lo que necesito.
Un instante después, la escucho de nuevo: «¿papi?». Me levanto y voy a su habitación, no la veo. Con cuidado y sin hacer ruido vuelvo a la cena, niego con la cabeza, juraría haberla escuchado. Demasiado cansancio, demasiadas cosas en la cabeza, pocas buenas.
Retomo la sopa interrumpida y las mentiras que no cesan. «¿Nene?», ahora le toca a la mujer, siempre igual, habrá escuchado mis pasos arriba y abajo. Abandono la cuchara a su suerte, voy hasta nuestra habitación. Miro desde la puerta, no vuelve a llamar, cierro con cuidado.
Me siento ante el plato, tres puñeteras lágrimas aderezan el caldo. No importa, no me quedan ganas. Sólo me gustaría saber cómo les cuento a mis niñas –la grande y la chica-, el día que decidan volver, que no estoy solo en esta casa vacía.