Parte I

Parte II

……. «Exactamente veintiún gramos, ni uno más ni uno menos, en el momento en que firme Vd. el contrato, pase por nuestro gabinete, completemos la transmisión y le entreguemos la cantidad pactada, abultada cómo seguro recordará. A parte de esta mínima pérdida de peso, esta transacción no tendrá ningún otro efecto para Vd. De esta forma, al menos obtiene una compensación. Somos la mejor, sino la única, alternativa a regalarla, aunque eso sea lo que Vds. vienen haciendo, por superstición, desde siempre. Nosotros le ofrecemos un beneficio, real y tangible, en esta transacción, hoy y aquí, no mañana y en el más allá» Decenas de veces repetí este discurso con éxito, Mefistófeles, de existir, se hubiese sentido sin duda orgulloso de nosotros, recogimos nosotros más de las que él y su jefe hubiesen soñado.

Caso aparte eran las tiernas y puras, por suerte no resulta imposible encontrarlas en esta Barcelona convulsa en la que he tenido la suerte de vivir. Junto a las brillantes avenidas, están aquí el Raval y Somorrostro. Todo está allí en venta y se puede comprar, basta con tener los conocidos oportunos y contar con el capital necesario, de los primeros teníamos suficientes y de lo segundo, de sobra. Con esto, es fácil convencer a quién vende su cuerpo por obligación día sí y día también, para que venda otras pertenencias menos tangibles, más todavía si las haces creer que lo obtenido de la transacción les permitirá vivir, un tiempo al menos, con holgura y sin los quebrantos que su oficio les impone. Si y también la de su prole, quienes no tienen reparo en prostituir a su progenie poco han de tener en poner precio a aquello en lo que ya no creen. Me complacía a menudo paseando por aquellas calles, cómo le complace al ranchero vigilar sus rebaños, lo mismo que él obtiene de sus reses obtenía yo de estas gentes, fortuna.

Jamás sentí remordimientos o pesar por aquellos a los que privaba de su esencia, así son las cosas, no creo que un lobo sienta pena por las ovejas que consume, la naturaleza es despiadada y no hay lugar para la piedad entre los depredadores, está en su naturaleza cazar cómo está en la de las presas ser abatidas. Mejor fortuna en otra ocasión, para estar en mejor lado de la mesa y con mejores naipes.

Podéis pensar que os miento, si es así, bastará con que os asoméis a cualquiera de estos barrios y os fijéis en los grupos de niños que por allí juegan, prestad atención también a los que duermen en brazos de sus madres. Aquellos que veáis apartados de los demás, inanes, indiferentes a la risa y al juego, apáticos, siempre dormidos y ajenos a los mimos, esos es probable que hayan pasado por nuestro gabinete. Espero que su madre haya sabido utilizar bien lo que de allí sacó.

Se llenaban así nuestros estantes con peonzas, pequeñas muñecas y pulserillas de brillantes colores.

Entre todos estos recogíamos, sin remordimientos ni pesares, pagando por la transacción, acordando el coste y el beneficio. Si tocaba, también las hurtábamos, bajo demanda o por propia iniciativa, siempre que considerásemos posible el negocio.

No es tarea sencilla este saqueo, precisa de una cercanía y confianza que no se otorga sin más, pocos conozco que se pongan a roncar en presencia de desconocidos y en cualquier lugar. Por fortuna contaba yo con características que se revelarían especialmente valiosas para estas lides y me permitirían entrar en alcobas y dormitorios. Desde que yo recuerdo, era capaz de atraer, casi por igual, a mujeres y hombres, siempre que estos tuviesen ciertas inclinaciones, no demasiado aceptadas, pero más extendidas de los que pudiera parecer. Me resultaba a mi completamente indiferente yacer con las unas y con los otros, siempre que obtuviese lo que deseaba con ello y no era mi placer el principal motivo para hacerlo.

Entre el sudor y otros humores más privados, hallaba yo el momento para mi tarea, en el descanso del contendiente encontraba yo el instante adecuado para obtener aquello que guiaba estas incursiones. Bastaba con aproximar la cajita con las florecillas seleccionadas al aliento del yaciente, recitar los versos escogidos y esperar unos breves instantes. En alguna ocasión despertó mi amante para descubrirme con la cajita y la flor cerca de sus labios y a mi recitando el grimorio, mintiendo siempre salí con bien. «Acepta la flor cómo un presente en pago a la noche y la oda, que no es más que un viejo verso que uso cómo ofrenda a la belleza, siendo la tuya incomparable te pertenecería por derecho, lástima no sea de mi propiedad para entregártelo a ti como dueña suya», con estos sencillos engaños bastaba. Perdí en esas ocasiones la oportunidad. Más pronto descubrí que era poco riesgo si lo comparaba con todas las ocasiones en que pude recogerlas sin contratiempo. Unos pocos salieron con bien y ahítos de placer, afortunado puñado si no encontraron después un desalmado -irónico el termino para usarlo aquí- que no se conformase con lo poco que yo me llevaba.

Marchaba luego con la intención de no volver jamás a encontrarme con ellos, hubiese sido la noche provechosa o baldía. Aunque no siempre fue así, en mi juventud me solazaba yaciendo con conocidos, amigos incluso, aunque les ocultase a los unos y a los otros que me complaciese con ellos, más pronto dejé de hacerlo. Descubrí que acariciar y penetrar cuerpos sin alma es cómo intentar saciar la sed con frutas sin jugos, secas y agostadas. Sólo alguien que cómo yo conociese los entresijos del alma podría descubrir que el placer, sea carnal o espiritual, no puede satisfacerse completamente en ausencia de la llama que sabiamente los antiguos llamaban vital.

¿Qué pasaba con ellos después?, nada que el tiempo no hubiese acabado trayéndoles. Nada resulta eterno, todo es efímero, aunque su tiempo sea prolongado, nos engañamos atribuyendo eternidad a todo aquello que anhelamos: belleza, amor, cariño, amistad, altruismo. Más no es cierto, todo acaba pudriéndose y ajándose, sólo adelantaba yo esta realidad y les permitía apreciar lo que otros no ven hasta la vejez. El impulso se tornaba en ellos apatía, lo fresco se revelaba marchito, lo terso se ajaba, se apagaban y nublaban los colores, el sol se enfriaba, en el amor hallaban aversión y en la pasión, indiferencia, hastío en el cariño y en la esperanza, incertidumbre. Nada que la experiencia no hubiese acabado enseñándoles.

En estos trances he pasado mi tiempo. Aunque os complazca creerlo, no somos tan diferentes. Como a vosotros, a mí no se me permitió escoger lugar, tiempo ni familia, tampoco inclinaciones. La fortuna me acompañó, la ciudad en que nací, creció y cambio de tal forma que me ha permitido medrar cómo ninguna otra, pude pasear por el Eixample y Passeig de Gracia, disfrutar del sueño de aquellos que deseaban cambiar la realidad.

Si me hace diferente la aceptación, asumo mis deformidades, me complace mi corrupción, no hallo motivo alguno para denostarla, más aún cuando contemplo los hermosos resultados que me ha proporcionado. Algo si me entristece, no tener con quién compartirla, pensar que mi cuidadoso trabajo y paciencia no tengan continuidad. Pero es inevitable, soy el último de mi estirpe y nadie continuará el oficio que desde hace siglos han ejercido los míos, conmigo termina todo. Y antes de terminar ¿Qué pasará si intento que la mía sea la última entrada del catálogo? He firmado el contrato, con el viejo apellido que llevamos décadas ocultando, que me autoriza a probar. Los Crisantemos en la caja, sin adornos ni oropeles, y un poema de Rimbaud.

FIN

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