Lo que no se nombra, no existe. O eso podemos llegar a creer llevados por nuestro antropocentrismo, nada innominado tiene existencia real y si algo es conocido debe tener nombre y descripción aunque sea esta somera o incompleta. Ergo, lo no bautizado sólo es potencia.

Una vez fijada la necesidad ontológica del nombre, podemos ocuparnos de la importancia de estos y la necesidad de escogerlos adecuadamente. Leía hace no mucho, en un periódico de prestigio, una noticia que hablaba del Guardián del Ano del Faraón -no entraré en más detalles, los interesados pueden preguntar al Oráculo Google al respecto- no cuidador, no vigilante, no limpiador, Guardian. Aplícándome el cuento, no es lo mismo hacer una Compilación de Cuentos (suena farragoso ¿verdad?) o una Antología (esta sabe a pastiche o revuelto), que una Historia en Etapas (aquí se nota el esfuerzo y la continuidad) o un Compendio de Sabiduría Breve (deja los proverbios morales a la altura del betún).

Conclusión: busca el nombre adecuado sin prisa, no corras para hallarlo

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