Román, sin darse cuenta había comenzado a sonreír, nada fundamental había cambiado. Despertaba a la misma hora, comía a la misma hora y continuaba dedicando horas a pensar en todo lo que no iba bien en su vida.
Pero algo había cambiado, levemente, sonreía recordando el encuentro. Sus labios se curvaban hacia arriba sin forzarlos, porque así lo decidían los mismos pensamientos que antes los obligaban a curvarse en sentido contrario.