Nadie escoge la locura, más bien ocurre al contrario, sin pedir permiso te selecciona, se acerca sigilosamente, vence tus pobres defensas y conquista lo que alguna vez fue razón.
Vaya vd. a saber las razones; acaso de niño no bebiste suficiente leche o recibiste demasiadas. Quizá no desayunabas, o si lo hacías era entre gritos y barbaridades.
Tal vez tenías un padre que no sabía querer o estaba demasiado ocupado para hacerlo. Tal vez no fue tu padre quién te jodió y fue tu madre quién lo hizo, con la mejor de las intenciones por supuesto. Envolviéndote en capas y capas de cariño protector y asfixiante; «que nada le falte a mi niña», «de grande serás buena chica y el dolor no te conocerá». Mentira, el dolor existe y siempre te atrapa, mejor que estes preparada cuando te alcance. Lista para lidiar con mentirosos, aprovechados e hijos de puta, mejor saber que hacer con ellos, eso o acabar gritando en la Gran Vía.
Algunos te dirán que la suerte no existe, hasta que encuentras la mala y se lleva por delante tu trabajo, familia, amigos y te convierte a ser una figura alocada y vociferante; una chalada sin hogar.
O tal vez todo sea más sencillo y sólo sea un desequilibtio químico, una maldita enzima que no se decide a ser segregada, un error de diseño o un puñado de neuronas mal transcritas. Siempre hay piezas defectuosas, la fortuna está en no ser agraciado con demasiadas en el sorteo que nos trajo aquí.
Nota: Las fotografías y los textos pueden, en el mejor de los casos, emular sonidos; nunca podrán transmitirlos.
La mujer que aparece en la imagen no hacía más que proferir horrísonos gritos mientras se dedicaba con ahinco a su tarea de calceta o ganchillo. Sorprende sin duda el contraste entre la tranquila tarea que debiera ser el punto y la desazón que transmitían los sonidos que lanzaba.
Reducida al silencio en esta imagen, me tomo la libertad de hablar por ella, en su nombre y así me invento razones para aquellos alaridos, posibilidades que nunca sabré si son ciertas pero me inspiran. No conozco la razón de aquellos gritos, pero he imaginado algunas. Si lo hago es porque algo me dice que la suerte tiene mucho que ver en el hecho de que sea ella quién está allí y yo fotografiándola.