Vivimos protegidos tras nuestras ventanas.
En ocasiones olvidamos una abierta y se nos cuela en la estancia un soplo de realidad; brisa suave que nos desordena las cuidadas hojas de nuestro plan, revuelve todos los propósitos y nos llena la vida de fuertes y olvidados olores olvidados, estridentes ruidos abandonados y polvo de lo que no pasó.
Enojados por el caos, nos apresuramos a cerrar la rendija mientras maldecimos a la terca existencia que insiste a nuestro pesar en endosarnos, cada vez que nos descuidamos, retazos de lo que no supimos ser.
Fuera dejamos el frío y el calor, el alboroto y la tranquilidad, los perfumes y los hedores; dentro nos sentimos a salvo arropados con la experiencia y educación, rodeados de viejos y cómodos éxitos y fracasos, ponemos el aire acondicionado y encendemos el extractor. Todos nuestros ordenados prejuicios nos observan con cariño desde las estanterias.