
Quememos la soledad, hagamos con sus restos hermosas volutas de humo.
Quememos la soledad, hagamos con sus restos hermosas volutas de humo.
Sólo cuando tiramos lo que fuimos, estamos preparados para comenzar de nuevo.
Algunas fotos parecen crónicas o inevitables. Poco deberían aportar a quién las mira, porque de tantas que hay poco nuevo podré yo hallar en otra más.
Y a pesar de ello, si hay una diferencia, inapreciable para casi todos. Está a este lado, en el temperamento de quién la toma y en las reacciones de un puñado de observadores, aquellos en los que esta imagen mil veces reiterada despierta sensaciones y recuerdos. No por la calidad, sea está buena o mala, de la toma sino por ser el reactivo que precisa la imaginación para rememorar.
En unos serán juegos y risas, en otros hermosos atardeceres de un tiempo en el que el mañana todavía estaba por venir; en alguno besos nunca olvidados y amores ya imposibles; en otro desengaños y dolores que a fuerza de tiempo arrinconados hasta que se vuelven soportables.
Esos recuerdos, nuestros o ajenos, están de una forma u otra en todas y cada una de las imágenes que atrapamos y es por ello que ninguna sobra y todas son necesarias.
Y continúa creciendo y sobreviviendo; no importa que la miremos o no sepamos siquiera de su existencia. Permanece, ajena a nuestra vana ilusión de control.
Impúdica y trivial esta que desprecia sin sonrojarse lo que no sabe rentabilizar.
Sórdidos mangantes; agachados como monos, rebuscando sin vergüenza entre las humildes pertenencias.
Carroñeros de estación.
Búsqueda infructuosa; lágrimas de rabia e impotencia.
Las ciudades, como los hogares, tienen ventanas y miradores. En ellas puedes ver la vida pasar; la de los otros, la tuya se va consumiendo mientras observas.
Todavía hay tiempo, siempre hay tiempo para mirar. Y gastas un poquito más, otro ratito.
Porque se está bien a la fresca, porque debes sacar esta foto, porque no quieres volver a entrar a donde quiera que vayas todas las mañanas a estas horas. Porque la ciudad está preciosa vacia y tranquila. Porque estás cansado de correr y nunca llegar.
Las ciudades son ventanas y miradores, por ellas miramos y desde allí nos miran
«Como un sueño de loco sin fin. La fortuna se ha reído de ti»
No, no estás loco, al menos ayer te acostaste cuerdo. Sin hogar, techo ni suerte, pero cuerdo.
Quizá la noche ha cambiado algo y se haya operado la transformación. Despertarías entonces en el mismo sucio rincón en el que te acostaste, a la vista de todos, pero convertido por fin en orate. Sería entonces real la primera parte de la estrofa que lleva días atormentándote.
Serías entonces afortunado por primera vez en mucho tiempo. Mejor chiflado si has de continuar viviendo en la calle.
En tu cabeza, mientras recorres sin rumbo esta ciudad indiferente y moderna, se repite sin cesar ni respiro la misma letra y melodía. Te recuerda a cada instante cuanto disfruta la odiosa fortuna riendo a tu costa.
Los dioses sólo existen mientras pueden jugar con sus ignorantes creaciones.
La estrofa que encabeza esta pequeña historia no es mía ni tengo la intención de atribuírmela, quizá podría hacerlo, no se cuantos de entre los que lean esto serán capaces de identificar o recordar a sus autores, hace ya algún tiempo que la cantaron por primera vez.
Se trata de La Unión y la canción no es otra que: «Lobo Hombre en París», si queréis volver a escucharla, no tenéis más que dejar que vuestro ratón se pose en el enlace y seguirlo hasta donde os lleve, la magia del hipertexto hará el resto.
Mira hacía arriba, abajo da vértigo y miedo. Intenta volar, mejor imaginarlo y caer que hacerlo sin siquiera haberlo soñado.
Sube, es inevitable bajar; mientras desciendes recuerda el Olimpo. A esas alturas sabrás que no hay dioses allí, sólo sueños lo habitan; esperando pacientes que vuelvas a empezar.
Inventamos los dioses para explicar lo inaprensible, pero acabamos creyendo que nuestro invento nos imaginó. Todo es así más sencillo. Creyendo. Hay así una respuesta y una razón para todo aquello que de otra forma no resulta imposible. Lo mismo da si es en la vida eterna y el paraiso o que los buenos van al cielo y los malos se abrasan en el infierno. Resulta así que el universo puede ser el sueño de Brahma. O la tortilla existir sólo si se elabora con cebolla.
A cambio, protección y certeza, no hay dudas, pase lo que pase estarás a salvo entre los elegidos. Al otro lado espera la incertidumbre, no saber si tu próxima acción es correcta, o errada y tendrás que evitarla. Es asomarse a la tierra como quién mira la posesión que le pertenece por herencia o mirar el cielo sabiendo que es hermoso a pesar de su vacio.
Tranquila esclavitud o solitaria libertad.
¿Será cierto que nuestro pasado nos persigue, paciente e incansable, hasta alcanzarnos? Creo que si y la razón se debe a que en realidad no precisa seguir nuestros pasos, nunca lo dejamos por completo atrás.
Tiempo agotado, consumido, quemado y del que a pesar de todo nos afanamos en conservar las cenizas. Cenizas, restos que nos obligamos a acarrear; abundantes en ocasiones, exiguos casi siempre. Así transformados nos acompañan y forman parte velada de nuestro presente, completan el equipaje con el que inevitablemente viajamos hacía adelante. Recuerdos en el mejor de los casos, sombras casi siempre, pesadillas en el peor. Experiencia y sabiduría si hemos aprendido a destilar de lo acontecido la esencia, dejando evaporar todo lo demás.
Restos de la travesía o naufragio si por desventura no hallamos en aquella ocasión ruta segura a puerto conocido.
Basta con acercarnos a la orilla del mar que es nuestro tiempo, el ya vivido y el que nos resta por vivir, para ver como alcanzan la orilla los pedazos de aquellas olvidadas jornadas. En eso estaba hace unos días, paseando por la orilla de mi propio océano, cuando las olas decidieron dejarme un regalo, uno en forma de vieja dedicatoria. Una que recuerdo haberla escrito en papel blanco y ahora leo en otro que amarillea, caprichos del tiempo, incansable también en la búsqueda de colores.
Lo que decía aquella dedicatoria ya no importa, la escribió alguien que el tiempo ha cambiado y aquella a quién estaba dirigida tampoco está ya, el mismo tiempo que amarilleó el papel y cambió a quien la redactó la hizo crecer.
Lo único que si permanece y no es un recuerdo es la historia que cuenta la dedicatoria. La misma historia que hoy escribiría si encontrase el libro adecuado y las palabras precisas para narrarla.
Créditos: Fotografía de U. Leone
Poesía y recuerdos
Escritora, redactora y editora del lado infra literario opuesto a la revistilla del montón* - palabras de René Wellek y Austin Warren en su obra " Sobre la Teoría Literaria". Editora en el sitio Masticadores Sur
The official bulletin of the artist IMPREINT created to repost excerpts from 'En plein air'.
Lingüista, filólogo, catedrático, escritor y corrector textual..
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