Aburrimiento

Aburrimiento

Alguien me puso aquí, espero desde entonces. Aburrida, mato el tiempo asomándome a este escaparate, silenciosa en inmóvil. Día tras día os veo pasar. Seres sin curiosidad, dóciles bestias, previsibles y monótonos peatones.

Apresurados por la mañana, sin tiempo para mirar otra cosa que no sea la punta de vuestros zapatos, si acaso alguna mirada furtiva, rápida y de reojo mientras paráis y encendéis un cigarrillo.

Y al llegar la tarde, volvéis, caminando en sentido contrario, cansados y cabizbajos; paráis, rebuscáis el penúltimo cigarrillo y pasáis otra vez de largo.

Os volveré a ver mañana, mientras espero, aunque no sepa que.

Anuncio publicitario

Eva

Eva

Las manzanas nunca te gustaron, siempre preferiste el melocotón; del Árbol no aprendiste ni el nombre, era uno más en aquel enorme jardín.

La sabiduria, los conocimentos y los secretos no importan, ya no. Desde entonces prefieres la ignorancia; aquello que no se sabe no se teme.

Inocentes los dos, culpables si acaso de curiosidad o quizá por ser hijos de un dios histrión, sarcástico y mendaz.

Violencia

Violencia

Impúdica y trivial esta que desprecia sin sonrojarse lo que no sabe rentabilizar.

Sórdidos mangantes; agachados como monos, rebuscando sin vergüenza entre las humildes pertenencias.

Carroñeros de estación.

Búsqueda infructuosa; lágrimas de rabia e impotencia.

Indiferencia

Indiferencia

Tu madre te engañaba, tu padre callaba. No te esperaban días de vino y rosas, no del vino que ella imaginaba al menos; rosas nunca te regalaron, quién te agasajó lo hizo sólo con las espinas.

No merecías ser feliz, tampoco dormir tirada en la Gran Vía. Nada merecemos por nacer, sólo la vida que nos regalan; como juguemos la mano dependerá de nuestra habilidad y del humor de la puta fortuna al repartir.

No esperes justicia de los hombres, sólo entienden la ley; ni en la poesía, sólo es retórica; tampoco la hallarás en los cielos, de allí sólo vendrá la indiferencia de unos dioses olvidados y la lluvia en otoño.

Faros

Faros

Orgullosas y altivas luces en la noche, torres tranquilas en la espera.

Recuerdos de otra época cuando el mar era frontera, líquida y fluida; promesa, oportunidad y amenaza.

Humilde candela en un tiempo de sombras, cuando el viaje era conveniencia y el destino casualidad.

Viejos vigías, cansados de posar.

Ventanas

Ventanas

Las ciudades, como los hogares, tienen ventanas y miradores. En ellas puedes ver la vida pasar; la de los otros, la tuya se va consumiendo mientras observas.

Todavía hay tiempo, siempre hay tiempo para mirar. Y gastas un poquito más, otro ratito.

Porque se está bien a la fresca, porque debes sacar esta foto, porque no quieres volver a entrar a donde quiera que vayas todas las mañanas a estas horas. Porque la ciudad está preciosa vacia y tranquila. Porque estás cansado de correr y nunca llegar.

Las ciudades son ventanas y miradores, por ellas miramos y desde allí nos miran

Nunca Más / Nevermore

Nunca Más / Nevermore

«En una noche pavorosa, inquieto
releía un vetusto mamotreto
cuando creí escuchar
un extraño ruido, de repente
como si alguien tocase suavemente
a mi puerta: «Visita impertinente
es, dije y nada más »»
..
«Once upon a midnight dreary, while I pondered weak and weary,
Over many a quaint and curious volume of forgotten lore,
While I nodded, nearly napping, suddenly there came a tapping,
As of some one gently rapping, rapping at my chamber door.
’Tis some visitor,’ I muttered,tapping at my chamber door –
Only this, and nothing more.’»
..
Por supuesto el texto no es mío, se trata de la primera estrofa de «El cuervo / The Raven» de Edgar Alan Poe, la foto si es mía y mostrando al pájaro, nada de lo que yo pudiese imaginar se acercaría a lo expresado por el maestro, me permito pués la licencia de usarlo.

Si alguien quiere acompañar la lectura, nada mejor que Alan Parsons Project y su excelente disco dedicado a Poe, perfecto el ambiente.

The Raven

Justicia

Justicia

Ni siquiera se porque estoy aquí, debería estar en cualquier otro lugar. Acariciando a mis hijos o besando a mi mujer. Disfrutando del sol y la brisa al atardecer.

Deseo que termine pronto, que cese el dolor y callen los gritos. Que acabe ya, no soportaré mucho más.

Tu al menos sabes porqué estás aquí, yo no puedo elegir, no me dejaron otra opción, es lo que aprendí, lo único que se hacer.

¡Por dios, deja ya de gemir y suplicar! ¡diles lo que quieren escuchar y esto cesará! Yo podré volver a casa y besar a mis hijos antes de acostar y para ti este terrible proceso acabará.

No me obligues a continuar, ¡por favor!, ¡no soporto toda esta sangre, los crujidos, ni el hedor! Termínalo ya para que yo pueda volver a mi vida y tu puedas descansar en paz.

Fortuna

Fortuna


«Como un sueño de loco sin fin. La fortuna se ha reído de ti»


No, no estás loco, al menos ayer te acostaste cuerdo. Sin hogar, techo ni suerte, pero cuerdo.

Quizá la noche ha cambiado algo y se haya operado la transformación. Despertarías entonces en el mismo sucio rincón en el que te acostaste, a la vista de todos, pero convertido por fin en orate. Sería entonces real la primera parte de la estrofa que lleva días atormentándote.

Serías entonces afortunado por primera vez en mucho tiempo. Mejor chiflado si has de continuar viviendo en la calle.

En tu cabeza, mientras recorres sin rumbo esta ciudad indiferente y moderna, se repite sin cesar ni respiro la misma letra y melodía. Te recuerda a cada instante cuanto disfruta la odiosa fortuna riendo a tu costa.

Los dioses sólo existen mientras pueden jugar con sus ignorantes creaciones.


La estrofa que encabeza esta pequeña historia no es mía ni tengo la intención de atribuírmela, quizá podría hacerlo, no se cuantos de entre los que lean esto serán capaces de identificar o recordar a sus autores, hace ya algún tiempo que la cantaron por primera vez.

Se trata de La Unión y la canción no es otra que: «Lobo Hombre en París», si queréis volver a escucharla, no tenéis más que dejar que vuestro ratón se pose en el enlace y seguirlo hasta donde os lleve, la magia del hipertexto hará el resto.

Oveja Negra

Oveja Negra

Nací oveja, no me quejo por ello; no creo tener motivo y aunque lo tuviese, no me enseñaron como hacerlo; si hubiese motivo y conociese como hacerlo, no habría a quién dirigirme. Las ovejas no somos como vosotros los humanos, no tenemos sociedad, gobierno ni dioses, sólo tenemos el rebaño y ninguna entre las que lo forman sabría que hacer con las demandas. Hasta creéis que no tenemos consciencia.

Sólo te quejas y ruegas si crees que alguien o algo atiende y resuelve tus demandas. Si no existe quién las escuche, la queja se torna inane y así, aunque la necesidad exista, la certeza de su inutilidad las lleva a desaparecer.

La vida de oveja es sencilla, sigues al pastor mientras camina; cuando se para, buscas un lugar tranquilo y protegido en el que pastar y mordisqueas la hierba. Cuando levantas la vista ves al resto de tus congéneres haciendo lo mismo bajo la atenta mirada del perro del pastor. Entre nosotras nos relacionamos poco, un balido de vez en cuando para saber que estas aquí y puedes balar, un empujón al caminar y poco más.

Cuando el pastor decide que debemos volver, se pone en marcha de nuevo, el perro se encarga de mantenernos agrupadas y que ninguna de nosotros se pierda, aunque no nos perderíamos. Es fácil vivir como lo hacemos cuando te acostumbras, el calor del rebaño y la rutina es lo único que deseas cuando lo conoces.

No siempre fue así, yo también fui cordero joven y escuchaba incrédulo a mi madre cuando contaba como sería mi vida; yo no sería así, un aburrido miembro del rebaño, tenía otros planes. Sería una oveja negra, independiente, libre y audaz.

En mi rebaño, en todos en realidad, había siempre al menos una. Fuera de los límites, más allá del seguro borde. Balando y explorando, indiferente a los mordiscos del perro (desde jóvenes los enseñan a mordernos, aprenden a controlar su instinto, no deben apretar demasiado y hacerlo en un lugar que moleste pero no hiera, ¿quién quiere corderos y ovejas cojas?), a su aire, libre.

Siempre la miraba con admiración y quería imitarla. Decidí, a pesar de las quejas y recriminaciones de mi madre, seguirla en varias ocasiones. Me lleve mordiscos y revolcones, pero no importaba, el dolor era el pago de mi libertad y el precio a pagar por mi independencia, ¡bendita ignorancia!.

Un día escuché a mi madre hablar del lobo y me asusté, me recomendó no salir del rebaño. La única protección que conocemos las ovejas es el grupo, siempre hemos aceptado como necesario el sacrificio de una para salvar el grupo. Confiamos en que sea otra la desafortunada, otra la sacrificada, buscamos un lugar cerca del centro y nos rodeamos bien del resto, muy adentro y bien quieta, que sea imposible que el lobo se fije en ti.

Yo pensaba que el perro nos defendía, además de controlarnos. Pero no hizo nada cuando el lobo llegó, sólo nos reunió en un círculo apretado, compacto e impasible. Fuera sólo quedó la negra, convertida así en ofrenda de nuestra tranquilidad.

El sacrifico no fue lo peor, lo terrible fue el alivio del rebaño al sentir que era suficiente, bastaba con ella y el resto permanecíamos a salvo. Ella no dejó de balar mientras la desgarraban, así siguió hasta que un viejo lobo, grande y gris, la degolló de una dentellada. Por lo menos el fue compasivo, más que todos nosotros, rebaño, perro y pastor, al menos.

Soy una oveja, no me quejo por ello. Pude ser una entre las negras, pero decidí no serlo, me aferré a la tranquilidad y la rutina, preferí el pasto seguro a la incertidumbre. Ahora no puedo quejarme, me enseñaron a no hacerlo y yo, con el tiempo lo aprendí. Cambié mi vida por tranquilidad y ya nadie atiende mis súplicas, son inútiles y pronto las olvidaré y me acostumbraré al calor de la lana que siempre me rodea.